La inseguridad puede adoptar muchas formas: violencia armada, conflictos internos, terrorismo, pobreza extrema, inestabilidad política, crimen organizado… Pero si nos basamos en índices internacionales como el Global Peace Index, que evalúa la seguridad de los países en función de indicadores como los niveles de violencia, el acceso a armas, los conflictos internos y externos, y la estabilidad política, hay un país que año tras año se sitúa en el último puesto del ranking: Afganistán.
Sí, Afganistán es, según el informe del Institute for Economics and Peace (IEP), el país más inseguro del mundo. Pero detrás de esta afirmación hay una historia compleja, trágica y profundamente humana.
Un país atrapado en la guerra
Afganistán ha sido, desde hace más de cuatro décadas, un escenario casi constante de conflicto. Primero fue la invasión soviética en 1979, luego una guerra civil sangrienta entre facciones muyahidines, el ascenso del régimen talibán en los años 90, la intervención estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre en 2001, y finalmente la retirada de las tropas internacionales en 2021, que devolvió el poder a los talibanes.
Este vaivén ha dejado a la población en una situación de inseguridad estructural, con un Estado débil, una economía devastada y un sistema judicial y policial casi inexistente en muchas zonas.
Violencia y miedo cotidiano
La inseguridad en Afganistán no es solo el resultado de las guerras abiertas, sino también de la violencia cotidiana. La presencia de grupos armados, incluidos remanentes de Al Qaeda, el Estado Islámico (ISIS-K) y facciones talibanes más radicales, hace que los atentados, asesinatos selectivos y ataques a civiles sean parte del día a día en muchas provincias.
Además, los derechos humanos —especialmente los de las mujeres y las niñas— han sufrido un retroceso dramático desde la vuelta al poder de los talibanes. Las mujeres tienen restringido el acceso a la educación secundaria, al trabajo en muchas profesiones, y se enfrentan a detenciones si no siguen estrictamente los códigos de vestimenta.
Un país joven y en peligro
Afganistán tiene una población de unos 40 millones de personas, de las cuales más del 60% son menores de 25 años. Es una nación joven, pero con pocas oportunidades. La pobreza alcanza a más del 70% de la población, y el desempleo, la inseguridad alimentaria y la falta de servicios básicos como agua potable o electricidad son parte de la realidad diaria de millones de personas.
La esperanza de vida apenas supera los 60 años, y la mortalidad infantil sigue siendo una de las más altas del mundo. Todo esto crea un caldo de cultivo perfecto para la desesperación… y para la radicalización.
Economía en ruinas
Desde la retirada de las fuerzas occidentales, la economía afgana ha colapsado. Las sanciones internacionales, la congelación de activos en el extranjero y el fin de la ayuda internacional han provocado un desplome en el PIB y una crisis humanitaria sin precedentes.
Según datos de la ONU, más del 90% de los afganos vive con menos de 2 dólares al día. El hambre afecta a millones, y muchas familias han tenido que recurrir a prácticas desesperadas para sobrevivir, como vender sus pertenencias… o incluso a sus hijos e hijas en matrimonios forzados.
Una anécdota: los lápices de Malala
Aunque no es afgana, Malala Yousafzai, la joven paquistaní que recibió el Premio Nobel de la Paz, tiene una historia que resuena profundamente en Afganistán. En su infancia, cuando los talibanes controlaban el valle de Swat, ella escribió un blog bajo pseudónimo para la BBC en el que contaba cómo las niñas eran prohibidas de ir a la escuela. Su arma más poderosa: un lápiz.
Malala sobrevivió a un atentado talibán y se convirtió en símbolo global del derecho a la educación. Hoy, muchas niñas afganas comparten su misma situación, sin poder asistir a la escuela por decisión del régimen. En 2022, en protesta, varias estudiantes organizaron clases clandestinas en casas particulares, arriesgando su seguridad por el derecho a aprender. Como decía Malala: “Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”.
¿Hay esperanza?
Sí. Siempre la hay. A pesar del contexto, muchos afganos siguen luchando, a su manera, por una vida mejor. Organizaciones locales, redes clandestinas de educación, periodistas ciudadanos y activistas exiliados trabajan desde las sombras —y a menudo desde el exilio— para denunciar los abusos y mantener viva la esperanza de un país más libre y seguro.
Además, la comunidad internacional, aunque ha reducido su presencia, continúa ofreciendo ayuda humanitaria a través de agencias como el Programa Mundial de Alimentos (WFP) o el ACNUR.
En resumen
Afganistán es hoy el país más inseguro del mundo según los datos, pero no solo por las balas o las bombas. La inseguridad allí también se mide en miedo, desesperanza, restricciones y silencio forzado. Es un lugar donde la libertad cuesta demasiado, donde cada día puede ser una batalla, y donde la esperanza sobrevive como una pequeña llama en medio de una tormenta.
Es importante no mirar a Afganistán solo como un conflicto lejano, sino como una realidad que nos recuerda lo frágil que puede ser la paz… y lo fuerte que puede ser la dignidad humana incluso en las peores condiciones.
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