¿Cuál es el país más pequeño del mundo?
Cuando uno piensa en un país, suele imaginar montañas, carreteras, ciudades, ríos y millones de personas moviéndose cada día. Pero, ¿qué pasa si todo eso cabe en unas pocas calles y con una población que entraría en un cine grande? Aunque parezca increíble, el país más pequeño del mundo es tan compacto que podrías recorrerlo caminando en menos de una hora.
La respuesta a la pregunta es: la Ciudad del Vaticano (o simplemente, el Vaticano).
Un país dentro de una ciudad
El Vaticano tiene una superficie de apenas 0,49 kilómetros cuadrados. Sí, no falta ningún cero. Eso es menos que cualquier barrio de una gran ciudad. De hecho, cabe 3 veces dentro del parque del Retiro de Madrid y casi 60.000 veces en Rusia, el país más grande del mundo.
La Ciudad del Vaticano está enclavada dentro de Roma, la capital de Italia, y es el único país independiente que se encuentra completamente dentro de una ciudad. Es una peculiaridad geográfica y política que no tiene igual en el planeta.
Un país con historia milenaria (aunque joven oficialmente)
Aunque su creación como Estado independiente es relativamente reciente (1929), la historia del Vaticano se remonta a los inicios del cristianismo. Según la tradición, San Pedro —uno de los apóstoles de Jesús y considerado el primer Papa— murió en Roma, y fue enterrado donde hoy se encuentra la Basílica de San Pedro.
Durante siglos, los papas gobernaron amplios territorios conocidos como los Estados Pontificios, que ocupaban buena parte del centro de Italia. Pero tras la unificación italiana en el siglo XIX, el poder temporal del Papa quedó en entredicho, lo que dio lugar a un conflicto diplomático conocido como "la Cuestión Romana".
La solución llegó con los Pactos de Letrán, firmados el 11 de febrero de 1929 entre el Reino de Italia y la Santa Sede, bajo Benito Mussolini y el Papa Pío XI. Estos tratados reconocieron la soberanía del Vaticano y establecieron sus fronteras actuales.
¿Quién vive allí?
Sorprendentemente, el Vaticano no tiene una población permanente en el sentido tradicional. La mayoría de sus aproximadamente 800 habitantes (según datos del Anuario Pontificio) son religiosos, miembros de la Guardia Suiza, diplomáticos y trabajadores del Estado. Muchos no viven allí todo el tiempo, y algunos simplemente tienen la nacionalidad vaticana por su cargo, la cual se pierde al dejarlo.
La nacionalidad vaticana no se adquiere por nacimiento ni por residencia prolongada, sino por designación del Papa o sus órganos administrativos. Es una de las pocas nacionalidades “funcionales” del mundo.
Un país sin economía… o casi
El Vaticano no tiene una economía productiva al estilo de otros países. No hay agricultura, ni industria, ni comercio en gran escala. Su financiamiento proviene principalmente de:
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Las donaciones de fieles de todo el mundo (el famoso “Óbolo de San Pedro”).
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La venta de sellos, monedas, medallas, publicaciones y souvenirs.
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Inversiones financieras y propiedades que administra el Vaticano a través de sus órganos económicos.
Además, por ser un Estado neutral y sin fines de lucro, no cobra impuestos, lo cual lo convierte en un caso aparte dentro del sistema internacional.
La Guardia Suiza: un ejército con colores llamativos
Uno de los aspectos más curiosos del Vaticano es que tiene su propio ejército, aunque muy simbólico. Se trata de la Guardia Suiza Pontificia, creada en 1506, famosa por sus uniformes coloridos diseñados (según la leyenda) por Miguel Ángel, aunque en realidad fueron modernizados en el siglo XX con inspiración renacentista.
Los requisitos para ser guardia son estrictos: deben ser hombres suizos, católicos practicantes, solteros, con una estatura mínima y haber pasado por el servicio militar en Suiza. Su principal función es proteger al Papa y los edificios papales.
Una anécdota celestial… y terrenal
En 1978, el Vaticano vivió un hecho que lo convirtió en epicentro informativo mundial: el año de los tres Papas. En solo unos meses, murieron dos Papas (Pablo VI y Juan Pablo I), y fue elegido un tercero, el polaco Karol Wojtyła, que sería conocido como Juan Pablo II.
El corto pontificado de Juan Pablo I (33 días) generó rumores y teorías, mientras que el ascenso de un Papa no italiano tras más de 450 años fue visto como un signo de apertura internacional. Durante esos meses, el Vaticano fue un hervidero de especulaciones, protocolos de emergencia y expectación global, todo ello dentro del país más pequeño del planeta.
El peso de lo pequeño
A pesar de su tamaño diminuto, el Vaticano tiene una influencia descomunal en el mundo. Como sede de la Iglesia Católica, representa a más de 1.300 millones de fieles en todos los continentes. Tiene representación diplomática, interviene en foros internacionales y actúa como mediador en conflictos.
Además, su riqueza artística es incalculable: la Capilla Sixtina, los Museos Vaticanos y la Basílica de San Pedro reciben millones de visitantes al año, convirtiéndolo en uno de los destinos turísticos más importantes de Europa.
En resumen
La Ciudad del Vaticano es una paradoja fascinante: el país más pequeño del mundo, pero con una presencia cultural, espiritual e histórica inmensa. Es un recordatorio de que el poder y la influencia no siempre van de la mano con la extensión territorial.
Así que la próxima vez que pienses en países pequeños, recuerda que en apenas medio kilómetro cuadrado cabe un Estado con siglos de historia, arte incomparable, un jefe de Estado que también es líder espiritual… y sí, una tienda de souvenirs con su propia moneda.
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